10.02.2010

Cono y Esfera.

Quise pensar en tus colores y en el orden en que me los diste, pero no siempre las cosas se dan como deberían. Por eso primero, me visitó el cono.


Caminaba por un llano pulido, resbaladizo, de color negro. Parecía las lechadas de cemento, solo que perfectamente plano, reflejante como un espejo. Mis pasos se continuaron por semanas, hasta que llegué a un margen, recortado contra el inmenso cielo apenas pintado de nubes violetas, entintadas de sol oblicuo, atardecer perpetuo y vibrante.
Al caer en la cuenta de la curvatura del borde, caí. Y a medida que me sentía caer (aunque era casi como flotar estático) las paredes curvas del vidrio negro se me iban acercando, hasta que me estrecharon en un abrazo frio, tajante. De un solo grito de dolor, esos que duelen más en el corazón que en la carne, el estrecho se partió en miles de fragmentos por sobre mi cabeza.
Flotando en el cielo azul marino vi la punta hacerse pedazos contra el suelo inexistente.

Después tuve un sueño. Ella también es parte de mis sueños ya.

Paseábamos por la plaza de la ribera en San Isidro, por la orilla que ya no tenía piedras. Hablamos de música, magía y amigos y nos despedimos con un beso, con el agua acariciando nuestros tobillos.

Al despertar sentí un dolor en el vientre y el sabor cúprico de la sangre en mis ojos, de mis manos un fuego que no quemaba y traía aromas de jazmín.
La esfera no era naranja, Hernan. Giraba incotrolablemente, incandescente y efímera, distante como el sol de agosto. A cada minuto más mía, más de primavera. Hasta que me envolvió por completo y fue parte de mi, llenándome el alma, vaciando mis pensamientos.

Empiezo a ver colores...

...hasta hace poco todo era una escala de grises.