10.09.2006

Problemas Temporales

El movimiento de las agujas me parece un insulto del cielo. En las horas de tedio, cuando el cuerpo esta viciado por las toxinas, ellas van y vienen, rebotando eternamente entre dos malvadas líneas, prolongando los segundos al límite del infinito. Pero en los momentos de gozo, o en tareas que pueden aprovechar ese desfase espacio-temporal; ahí Cronos se divierte, acelerando el tiempo, pateando al sol para que se mueva más rápido, ¡girando el planeta de forma que los animales casi salen expulsados al espacio! Suerte para ellos que inventamos la gravedad…pena para nosotros, porque también inventamos a los dioses.
Las dos de la tarde aprieta en mi muñeca, y el sol lo confirma al lanzar plasma contra nuestras vidas, quemando con la llama de un soplete. Mejor sería decir, que es el calor de una forja, pues el martillar continuo del reloj me aplana y deforma, los golpes me sacan chispas. ¡Dos y cuarto! ¡Son golpes de minutos, no de segundos! Recién termino el martirio diario con los adolescentes que anhelan las campanas, el pitido oxidado que finaliza su cotidiano aprendizaje. No veo la hora de llegar a casa y ser uno con el piano, acariciar el marfil imitado, sentir la caricia de la madera espejada que me saluda con mi cara.
A dos cuadras asoma su cara cuadrada el colectivo. “Si me apuro lo alcanzo”, pienso. No, no, no, errado mi razonamiento. Es que una tormenta eléctrica en mi cabeza, lanza relámpagos. Los rayos y los truenos bajan por la espina, hasta las piernas. Les dicen, avisan, ordenan que ayuden al avance, “¡a correr!” gritan. Pero deben estar en huelga, porque apenas caminan. Sostienen el suave andar del paseante.
Por los rombos de laja y cerámica transita mi cuerpo; tranquilas las extremidades, en un vaivén hipnótico. La cabeza, como escuchando músicas paganas, entre giros espasmódicos, movimientos histéricos de un lado a otro, y de atrás hacia delante, queriendo acelerar el paso, inútilmente. ¿Se me habrán cruzado los cables? ¿Tendré algún virus adentro?
Un vehículo ya se fue, otro pasa sin que pueda hacer nada para detenerlo. Afortunadamente no es el mío. Lleva un cartel que dice “Atrás viene el Tuyo”…mmm, no, me habré confundido, seguramente decía “A Tigre por Cuyo”.
Ni bien piso la sombra que proyecta la parada, las piernas entendieron lo que les venia exigiendo hace 200 metros y frena mi caída la espalda de un viejo cara de lechuza, quien me apuñala con una mirada de odio, por haberlo sacado de sus fantasías con ratones de campo.
¿Por qué el sol tan bajo? Si son… ¡Cinco menos veinte! Ah, ahí se ve la figura acartonada recortando el horizonte asfáltico que crean las lomas. El bondi se acerca con marcha arrabalera, y aunque se mantiene a distancia del camino floreado, una serpiente amarilla se estira para morderle una goma. Herido, el animal emite un bufido y arrojando un pasajero por la puerta trasera, se da a la fuga. No me para desde luego, y el cartel proclama “no vuelvo hasta enero”.
¡Que fastidio! Para llegar a casa me tomo un tacho, naranja y negro, que de velocidad tiene todos los records. Cuyo conductor, daltónico, confunde verdes con rojos.
Cuando entro al edificio dejo escapar un suspiro, largo, que saca aire vaya uno a saber de que hueco. Una nota pegada en la heladera lo corta al medio.
“Me voy con las chicas al Gym, pasa a buscar a los chicos.” Las chicas…45 años, las chicas. Aunque parece que el sol se irguió de nuevo, esto seguro me corta la práctica y composición vespertina. Si no le presto más atención a mi piano, me va a dejar por otro músico.
Los pibes rebotan contra la tapicería de la camioneta, y en lo alto ya la luna es una horma de queso amenazando con aplastar las nubes. El cerrar de la puerta coincide con el primer alto de la luz roja, que titila amagando con cambiar y se caga de risa por dentro. Pienso, mientras en la calle se agolpan y se empujan una cantidad ficticia de automóviles y ciudadanos estresados, que tengo que alimentar a las fieras cuando llegue; y peor aun, el reclamo de las evaluaciones de la jauría adolescente. Y en lo alto ya la luna es una horma de queso amenazando con aplastar las nubes.
En casa me esperan tantos chicos como teclas de mi música, tantas horas como pueda robar al sueño.

2 comentarios:

emilia dijo...

Este es uno de esos textos cuyos pasajes se presentan en la cabeza una y otra vez en algún viaje acelerado y un poco accidentado hacia la facultad, o en las vueltas eternas hacia casa.
¡HISTÉRICO! Hoy me reí por él, cuando ví una larga fila de 60 que siguieron de largo (claro que tenían números, no leyendas como "Alto", "Bajo", "Carupá por Tigre").
Grandioso.

Besos.

* dijo...

Buenas..

Se me hizo esto que escribiste muy grato al leer.. como que cada palabra me iba conduciendo a la otra, me hacian querer saber que venia luego..
je, no se si me explico pero me gustó este estilo que no te caracteriza pero que usaste esta vez
no se... sera que a veces está bueno ver algo diferente
O sera lo que sea
pero me gustó

:)

besos que andes bien!

*-