11.21.2006

San Javier (primera parte)

Hoy, si caminas por las calles de algún suburbio, bajo el sol del verano, en horas donde se agrieta el hormigón armado y las coloridas, gastadas, troqueladas baldosas. Probablemente no encuentres más vida que la de los árboles y flores, mascotas y aves. Pero no chicos, ya no. Ahora viven entre paredes con vientos mecánicos y falsas primaveras blancas. Y ven las horas de enero, febrero y marzo pasar frente a las pantallas más variadas, inmersos en la piel de algún mercenario, mago. Atropellando gente para robarse un auto, o matando humanos y seres en guerras, para el gobierno norteamericano. No me quejo, yo mismo disfruto cada tanto de alguna aventura virtual. Sin embargo hay peligros más reales y valederos en la imaginación (hoy en desuso) y en la visión distorsionada de la realidad, que tiene un niño ante situaciones y hechos que no comprende demasiado bien y donde sus formas de comparación caen en un pozo sin forma. Donde el fondo, desconocido, esta seguramente plagado de cocodrilos y filosos picos de granito.
Probablemente los pibes de esta época se cuestionarían sobre mi inteligencia, y mi capacidad mental, o directamente reirían ante cada sorpresa que deparaban las misiones de peligro incuestionable que llevábamos a cabo hace 10 años.

1997, en las impenetrables costas del Río San Javier. Cuatro amigos explorando cada centímetro de monte, costa, arroyo y lago, todos unidos bajo el solo propósito de conocerlo todo, de ver animales y no huir ante los más intimidantes. No teníamos rangos de jerarquía, esas pelotudeces no existían para nosotros, éramos como hermanos, más que eso. El amor familiar no se elige, se acepta. La amistad es un lazo de lealtad donde se puede perder la propia vida en sacrificio por el otro.
Enfrentarse con las zarzas espinosas, las pajas bravas y los árboles de espinillo era lo primero, y como se trata de objetos inanimados, la tarea es un juego de niños. Nos enfundamos en pesados mantos camuflados. Es verdad, más aptos para el furioso verde amazónico, que para los pardos montes. Cumplían su objetivo al resguardar nuestro cuerpo de aquellas afiladas hojas y aceradas espinas. Claro, había que consumir mucha agua y caminar solo a la sombra de los nogales para evitar el sofocamiento y la insolación.
El trato con los animales era distinto. Si podíamos levantarnos con los primeros rayos del sol, era una marcha obligada recorrer las costas de la laguna que se unía con el arroyo de las Cruces y el Río San Javier. Allá encontramos una mañana un yacaré con sus fauces abiertas, brillando con reflejos de musgo y aguamarina. Atrayendo la energía lumínica como una celda solar viviente. Estaba ahí, inmóvil, como nosotros al encontrarlo, indefenso, aterrador, aletargado, acorralado en la inmensidad del campo por su sangre helada. Con su boca abierta en un ángulo que no parecía posible; un pequeño cocodrilo que para nosotros era un dinosaurio durmiendo. Y así pasamos a su lado, con la seguridad efímera de nuestras primitivas armas.
Siempre que recorríamos las costas ocurría un hecho similar, porque las serpientes y los reptiles necesitan sustento diurno, del amanecer soleado más que del alimento sólido y líquido. Comprendimos con el pasar de los días que nosotros corríamos menos peligro que ellos. Y, aunque siempre armados con los machetes y una fija (suerte de lanza con dos espigas), pasábamos tranquilos muy cerca de los lagartos oberos y los ofidios. Hasta vimos muy de cerca de una yacaniná de más de 4 metros enroscada en una rama y a una cascabel con su cara inmóvil sobre el vaivén continuo del agua. Recuerdo que hermosa parecía en ese momento. Las diminutas gotas en sus escamas y el dibujo de luz espejada cambiando, jugando, bailando en su cuerpo. Estática ella en los momentos de un sueño sin palabras, lleno de grises, rojos y muchos otros olores.
El primer fin de semana (en realidad el nombre de los días perdía su significado en ese lugar) salimos a navegar con el bote del dueño del campo. Una embarcación sin ningún lujo, empujada por un motor Villa de 5 caballos, lento, gordo y perezoso; que se quejaba todo el tiempo por llevar tanta carga a lugares que no le interesaban. El casco azul gastado y largo se deslizaba casi contra la voluntad de la corriente, esté a favor o en contra.
En ella recibimos a la lluvia inesperada y a los vientos cálidos del norte que levantaban aguas y direccionaban camalotes. Fue en esa tormenta de verano que tuvimos la primer situación real de riesgo, con miedo y hasta un herido.
En pleno zamarrear del viento, el choque de las olas hacía imposible el dominio de nuestro móvil acuático. Y, si bien no nos hubiera servido de mucho, casi tiramos por la borda a Santiago, quien había olvidado cargar el ancla, la carnada y los turrones (esto último, rozando lo imperdonable). Conseguimos, a fuerza de remo e improperios acercarnos hasta la costa de uno de los numerosos islotes que se repartían por el Brazo de las Cañitas. Juan Pablo estaba en ese momento en proa y, como el reflujo del agua hacia muy difícil mantenernos pegados a tierra, tuvo que extender su mano para aferrar una protuberancia vegetal de la misma y así asegurar nuestro futuro fuera del agua. Lamentablemente para él cerró su mano en un puñado de Apayán, unas plantas que usan bordes afilados y cáusticos para evitar se comidas por los carpinchos y los cervatos. Nos desprendimos de la margen al tiempo que un grito de dolor apago el escándalo del Villa, que ahora nos auxiliaba con vehemencia. JuanPa, el más recio del grupo, lloraba y apretaba sus dientes bajo el peso del dolor, del fuego que se comía su mano. El puño no parecía tener bordes visibles, cerrado con la fuerza de la herida.
“dejame ver JuanPa, dijo mi viejo que esto hay desinfectarlo al toque” Casi gritando dije esas palabras, el ruido del motor, del viento y las olas contra el casco era ensordecedor.
Con su rostro asediado por lágrimas, pero lleno de valentía en su mirada descubrió su palma. Los cortes, los recuerdo horribles, tiras de piel colgando, fileteadas por una navaja verde y la carne blanca, sin sangre. Parecida a la del pescado. Limpié la herida, sucia por tierra y pasto, con algodón y nafta. Me sentí casi cruel por someter a tal suplicio a mi mejor amigo.

11.14.2006

Mástil sólido, de una sola pieza.

La idea de hacer un mástil de una sola pieza, surgió de la necesidad de eliminar el punto y los tornillos de anclaje. Estos agarres son, a veces, una complicación a la hora de afinar, setear y alinear durante el ensamble final del instrumento. Haciendo un mástil fusionado con el cuerpo se gana estabilidad, sonoridad y se puede omitir el uso del "alma".




Trabajando en la curvatura del lomo, en el ordenadísimo taller de mi abuelo. El Viraperé es JODIDAMENTE duro!!










Afine hasta 22 mm el total del grosor del cuello; asi tiene un grip más cómodo.



Para el cuerpo consegui Cerejeira (Oak, Roble Americano), algo más liviano que las maderas regulares. Veremos que sonido extraño genera...

10.31.2006

El Mástil



Dos veces intente armar ese mástil, tres si cuento el “prefabricado” que me regalaron mis amigos y que deseche de inmediato por su considerable peso.
Claro, una guitarra con la firma de un luthier; hecha a medida, con maderas elegidas y ciertos micrófonos, no es nada barata; es más, un artesano me tiró un precio cercano a los 3000 pesos y la verdad, reculé. Pero como soy un amigo de las propias manufacturas, no le iba a tener miedo a un poco de madera y soldaduras electrónicas.
“Un poco de madera con forma” eso pensé hasta que me topé con el mástil, el cuello del instrumento y la parte más compleja. Donde recae la mayor atención y destreza a la hora de cortar, medir y, por supuesto, elegir los materiales.
El primer intento fracasó por un error humano, mala elección de sustitutos. Use una cola sintética para pisos de madera y cuando la temperatura cambió, el diapasón (donde uno pone los dedos, digamos) se infló de forma bastante desagradable. Y quedó así, inamovible, como una loma de burro de madera muy fina.
Para la segunda vuelta, conseguí un pote de cola vinílica para luthería, de casi 1 dólar el gramo. Corté todos los ángulos, la cabeza del clavijero, el anclaje con el cuerpo de la guitarra. Y cuando me predisponía a pegar el diapasón con el cuello del mástil, sonó el timbre.
Cuando abrí la puerta se alzaba ante mí una figura oscurecida por sus antepasados, enorme su altura, anchos sus hombros. Sostenía un espejo de calidad reprobable con marcos de pino teñido, con filosas astillas todavía visibles. Aferraba los bordes con manos de dedos gruesos, cortajeados por la carga rústica y sus brazos como ramas ennegrecidas dejaban ver el movimiento continuo de los músculos del brazo... entonces, habló:
-“¿No quiere comprar un espejo don?” (Una voz absurda, aguda y penetrante como la de una nena histérica de 6 años)
-No, no, gracias, por ahora no.
Le contesté tratando de contener la risa, por dentro el respeto por su fisonomía se había ido al diablo, así como cualquier compromiso de compra.
Entré a casa y me di cuenta, horrorizado, que había olvidado el pegamento destapado. La punta del aplicador era una masa babosa de consistencia desagradable, tan difícil de sacar que me recordó esos chicles que tiran los graciosos en la calle y que después piso cuando están calientes y me siguen por cuadras y cuadras. Un poco de ayuda de unos clavos y paciencia.
Me traje unos pesos del taller y al fin pude pegar las tablillas. Costó un poco alinear los ángulos, sobretodo por la viscosidad del pegamento, porque las tablas deslizaban entre sí. Al fin quedó firme, le puse los pesos arriba... y otra vez el timbre. Estaba saliendo tranquilo, hasta que se me cruzó una silla y terminé mirando de cerca el piso de parqué.
Afuera esperaban dos mujeres, una muy bonita, la otra parecía salida de una historieta que leía de pibe, La cosa del Pantano. Mismo color, textura y, supongo, aroma. Ese día el calor era notable.
Con algo de experiencia uno sabe lo que significa que dos mujeres, una joven y otra más veterana, con polleras y sonrisa de relaciones públicas te toquen el timbre. Te quieren vender a Dios.
Sería más practico si solo dijeran: “Hola, queremos venderle una nueva forma de ver a Dios y de leer las escrituras... ah y viene con este buzón de regalo”. Sin embargo la practicidad no es moneda corriente en estos días y me hacen el discurso largo. Con su mejor cara de Póquer me relataban en tono suave como sus dogmas eran mucho mejores que los míos y que ellos eran dueños de la verdad “porque sí”. Se quedaron un instante mirándome hasta que preguntaron.
-¿Te podemos dejar un folleto para que te acerques a una reunión?
-No, no, no. No me rompan las pelotas, estoy pegando unas cosas, estoy O-CU-PA-DO. Son las dos de la tarde, se me van a insolar. Por favor, sigan su ruta y olviden a este laico individuo.
Entre, subí las escaleras. Miré la mesa donde estaba trabajando. Salí, puse agua para tomarme unos mates y después me quedé sentado un rato a lado de la poco estética cruz que formaban el diapasón y el resto del mástil.

10.09.2006

Problemas Temporales

El movimiento de las agujas me parece un insulto del cielo. En las horas de tedio, cuando el cuerpo esta viciado por las toxinas, ellas van y vienen, rebotando eternamente entre dos malvadas líneas, prolongando los segundos al límite del infinito. Pero en los momentos de gozo, o en tareas que pueden aprovechar ese desfase espacio-temporal; ahí Cronos se divierte, acelerando el tiempo, pateando al sol para que se mueva más rápido, ¡girando el planeta de forma que los animales casi salen expulsados al espacio! Suerte para ellos que inventamos la gravedad…pena para nosotros, porque también inventamos a los dioses.
Las dos de la tarde aprieta en mi muñeca, y el sol lo confirma al lanzar plasma contra nuestras vidas, quemando con la llama de un soplete. Mejor sería decir, que es el calor de una forja, pues el martillar continuo del reloj me aplana y deforma, los golpes me sacan chispas. ¡Dos y cuarto! ¡Son golpes de minutos, no de segundos! Recién termino el martirio diario con los adolescentes que anhelan las campanas, el pitido oxidado que finaliza su cotidiano aprendizaje. No veo la hora de llegar a casa y ser uno con el piano, acariciar el marfil imitado, sentir la caricia de la madera espejada que me saluda con mi cara.
A dos cuadras asoma su cara cuadrada el colectivo. “Si me apuro lo alcanzo”, pienso. No, no, no, errado mi razonamiento. Es que una tormenta eléctrica en mi cabeza, lanza relámpagos. Los rayos y los truenos bajan por la espina, hasta las piernas. Les dicen, avisan, ordenan que ayuden al avance, “¡a correr!” gritan. Pero deben estar en huelga, porque apenas caminan. Sostienen el suave andar del paseante.
Por los rombos de laja y cerámica transita mi cuerpo; tranquilas las extremidades, en un vaivén hipnótico. La cabeza, como escuchando músicas paganas, entre giros espasmódicos, movimientos histéricos de un lado a otro, y de atrás hacia delante, queriendo acelerar el paso, inútilmente. ¿Se me habrán cruzado los cables? ¿Tendré algún virus adentro?
Un vehículo ya se fue, otro pasa sin que pueda hacer nada para detenerlo. Afortunadamente no es el mío. Lleva un cartel que dice “Atrás viene el Tuyo”…mmm, no, me habré confundido, seguramente decía “A Tigre por Cuyo”.
Ni bien piso la sombra que proyecta la parada, las piernas entendieron lo que les venia exigiendo hace 200 metros y frena mi caída la espalda de un viejo cara de lechuza, quien me apuñala con una mirada de odio, por haberlo sacado de sus fantasías con ratones de campo.
¿Por qué el sol tan bajo? Si son… ¡Cinco menos veinte! Ah, ahí se ve la figura acartonada recortando el horizonte asfáltico que crean las lomas. El bondi se acerca con marcha arrabalera, y aunque se mantiene a distancia del camino floreado, una serpiente amarilla se estira para morderle una goma. Herido, el animal emite un bufido y arrojando un pasajero por la puerta trasera, se da a la fuga. No me para desde luego, y el cartel proclama “no vuelvo hasta enero”.
¡Que fastidio! Para llegar a casa me tomo un tacho, naranja y negro, que de velocidad tiene todos los records. Cuyo conductor, daltónico, confunde verdes con rojos.
Cuando entro al edificio dejo escapar un suspiro, largo, que saca aire vaya uno a saber de que hueco. Una nota pegada en la heladera lo corta al medio.
“Me voy con las chicas al Gym, pasa a buscar a los chicos.” Las chicas…45 años, las chicas. Aunque parece que el sol se irguió de nuevo, esto seguro me corta la práctica y composición vespertina. Si no le presto más atención a mi piano, me va a dejar por otro músico.
Los pibes rebotan contra la tapicería de la camioneta, y en lo alto ya la luna es una horma de queso amenazando con aplastar las nubes. El cerrar de la puerta coincide con el primer alto de la luz roja, que titila amagando con cambiar y se caga de risa por dentro. Pienso, mientras en la calle se agolpan y se empujan una cantidad ficticia de automóviles y ciudadanos estresados, que tengo que alimentar a las fieras cuando llegue; y peor aun, el reclamo de las evaluaciones de la jauría adolescente. Y en lo alto ya la luna es una horma de queso amenazando con aplastar las nubes.
En casa me esperan tantos chicos como teclas de mi música, tantas horas como pueda robar al sueño.

9.25.2006

Piñón Ciego

- ¿Sabés a que me hace acordar todo esto?
- Uff, ¿lo del payaso, de nuevo?
- Se. Ya se que lo conté 1000 veces, pero es inevitable, macho. El tipo se pasó de rosca.
- Dale, contá que acá el amigo Mariano nunca lo escuchó.
- Hará 3 años, cuando estaba terminando el secundario, acompañe a mi vieja al hospital a buscar unos estudios. Antes había estado practicando Kendo con los pibes, y todavía tenía la hakama puesta…
- ¿Kendo? ¿Esa cosa que haces con los palos?
- ¿Cosa? ¿Cosa? Es esgrima ¡mamerto!
- ¿Qué hacías vestido así en la calle?
- Estaban clausurados los vestuarios del poli, ¡no me iba a cambiar en los pasillos!
Bueno, pero la cosa es que, cuando volvíamos del hospital, a la altura de las estación de San Isidro, se sube un payaso. O sea, era un busca, vestido como un Piñón Fijo venido a menos.
Se para frente a todos y dice: “Buenos días señores pasajeros; yo no les voy a mentir, no soy ni de una granja de rehabilitación, ni tengo sida. Simplemente salgo a divertir a la gente a cambio de una colaboración que me ayude a mantener a mi familia.” Entonces, el chabón empieza a contar unos chistes malísimos y del año del culo…
- che, ¡contate uno!
- No me acuerdo bien. Creo que uno terminaba diciendo: “yo no puedo tomar mucho té, porque después ando meandoTÉ.”
- Por diosss, ¡es el mismo con el que roba tu viejo!
- Contó cuatro o cinco, y se puso a repartir esos caramelos masticables de Once.
- eeehh, ¿Los piñateros?
- see, esos. Son horripilantes, además estaban todos derretidos. Tené en cuenta que era noviembre y con el traje ese, debe fermentar el tipo.
Bue, la joda era que te saludaba cuando te daba los caramelos, y si podía te gastaba el degenerado. A una mujer le dijo: “¡Hola, Mercedes Sosa, cantate algo!
- ¿Y la mina que hizo?
- Nada, se quedó ahí, con la cara violeta.
- Colorada, querrás decir.
- Nop, no te dije que le puso Mercedes Sosa.
- Jajaja, cierto.
- “a buenoo, miren; ¡un Samurai y Xuxa en el mismo asiento!” Eso fue cuando nos vio a nosotros. Y ustedes conocen a mi mamá. Es morocha, muy morocha. ¡Casi me lo como crudo!
- Eso te pasa por ser del proletariado, nene. Si fueras un bacán que se maneja en descapotables como José, no tendrías que lidiar con la mersa de los transportes públicos.
- ¡Chupame el culo, Mariano!
- ¡No se peleen, che!
No te imaginas la pinta del payaso. Era un gordo desagradable, se le escapaba la buseca entre el pantalón rojo y la camisa a cuadros. Y tenía esa barba de tres días asomando por el maquillaje. Un asco.
- Yo se que es un comentario de vieja; pero hay cada cosa en los trenes y los colectivos.
- Pará, que hay más. Unos meses más tarde me lo encontré en el Mitre. ¡Se paseaba por el tren haciéndose el ciego, el hijo de puta! Cuando pasó cerca mío, le amague, como para darle un sopapo… ¡y se cubrió! Los pasajeros lo querían linchar.
- Vos también, Hernán. Con lo difícil que es ganarse el pan honestamente.
- Vivimos en épocas muy contemporáneas, Marianito.

9.18.2006

Resonar Urbano

Para un hombre que fue criado en el campo abierto, a la sombra de los montes, encomendado a los ríos, cambiar aquellos lugares inmensos por la fría monotonía asfáltica, debió ser un sufrimiento muy grande. Quizás imposible de explicar al naturalmente insensible civil urbano, quien ha crecido entre maquinas que transpiran grasa y expelen humos de ineficiente combustión. Niños que solo ven pájaros huyendo de animales callejeros o de las amenazas mecánicas, desorientados entre sonidos ácidos, oxidados, artificiales.
El muchacho que añora su juventud, hoy transcurre su tiempo con banqueros, proveedores, transportistas, tasadores, veterinarios. Cada tres meses los mismos trámites; las corridas, el apuro. En esos 3 o 4 días que pasaba en Buenos Aires, sentía que la ciudad se alimentaba de su sangre, como una nube de mosquitos que rodea al ganado.
En el subte, en la combinación para ir a retiro, su cuerpo es llevado por el mar de gente. Entre el calor y los golpes solo se escuchan frases repetidas y los sonidos variados de los teléfonos celulares. Él los detesta, tiene un equipo para comunicarse con empleados y clientes, quizás esa falta de paz también le irrita, la necesidad de una comunicación que no dice nada.
La situación se repite en el tren que lo lleva a Tigre, a las 6 de la tarde, las hordas ciudadanas emprenden el retorno cotidiano, se apelmazan; luchando desesperadamente por un asiento, o, al menos, una buena ubicación. En su falta de interés para con otros, llenan el vagón furgón, dejando fuera a los vehículos de dos ruedas que gritan improperios en cada estación.
Llegando a San Isidro, en un suspiro coordinado de la población ferroviaria, el hombre siente el rítmico loop de su teléfono móvil. Un ente anónimo le dice del otro lado del éter, que no hay pasajes hasta el viernes. El fastidio en su cara tiene razón; es lunes. Tampoco ayuda el ver que las 4 llamadas perdidas eran de su hijo, quien no supo gritar lo suficiente para apagar el bullicio bonaerense.
Cae la tarde, cuando llega a su casa en Tigre. El sol se despide y hasta puede escuchar el canto de alguna Calandria posada en los plátanos de la vereda. Cansado, se sienta en los escalones del frente, el perro a sus pies no duerme, observa, como su dueño un lugar que no esta delante de sus ojos abiertos.
Se escucha el sonar del teléfono que atraviesa la puerta blanca, demandando atención. El hombre se incorpora, sin violencia o enfado, entra a la casa con el animal; se acalla el sonido y salen.
Los amigos permanecen en la escalerilla hasta la noche temprana. Ahora solo uno mira, el otro juega con unas perlitas oscuras, bajo el influjo lunar.

9.03.2006

Totoro

El niño se prepara para su exploración, como tantas otras veces. Solo que ahora, la misión no lo lleva por los enmarañados senderos del bosque que vive en el jardín, ni en busca de los tesoros que esconde el tiempo bajo las arenas de la plaza. El niño se enfrentará al ser que vive bajo su cama, cumpliendo el desafió de sus compañeros de 1er grado, haciendo caso omiso a las advertencias de su cruel tío Martín; el mismo que le propiciara esos dolorosos tirones de oreja en sus cumpleaños.
Mientras le pone las pilas a una linterna de bincha, repasa los lugares que revisó en travesías anteriores. El armario, el altillo; a todos había llegado, espada en mano, para enfrentarse a ese demonio que se lo comería tarde o temprano. “te traga entero como una víbora”, le decía Martín. Pero él no sentía temor, la espada se la había hecho su abuelo de la madera de un árbol antiguo y sabía que podía vencer al monstruo, al fantasma, de un solo golpe.
Antes que nada se aseguró que su abuela, escaleras abajo, dormía. Al ver un libro descansando en la cara de la mujer, quedó satisfecho. Después cerró la puerta y como no tenía llave, acomodó un montón de juguetes y ropa a modo de obstáculo; “para que no se me pueda escapar”, pensó.
No había más luz en la habitación que la débil llama de la linterna, cuando se echó de panza bajo la cama.
La decepción fue instantánea. No era para menos, lo único que había en ese lugar era la caja de un juego de ajedrez que nunca había abierto, medias multicolores, y algún autito de chapa. Ningún fantasma, ni siquiera una desagradable serpiente, solo cosas normales.
Ya estaba saliendo, arrastrándose hacia atrás cuando la luz de su frente empezó a fallar, titilando un pálido amarillo sepia. Tenía las manos a los costados así que la golpeó un poco contra el elástico de la cama; pero se olvidó del tirante y se lo dio de lleno en el medio de la cabeza. Soltó la espada y comenzó a frotarse torpemente, por la incomoda posición. Cuando pudo alzar la vista en busca del arma, la moribunda luz dio vida a un par de puntos vidriosos, apenas visibles, pequeños. Delante de él los ojos del monstruo lo miraban fijo, inexpresivos, fríos. Era presa fácil, a oscuras e indefenso en un lugar que apenas conocía, la entrada era la única salida. Con desesperación se arrastró hasta sacar su cuerpo del techo de madera, se incorporó y corrió hasta la puerta. Antes de llegar, tropezó con una pila de frazadas, aunque esta caída le sirvió para encontrar la tecla de las lamparitas.
Ya con la luz pudo salir de la habitación, para luego correr por el pasillo llamando a la señora que dormía entre letras, escaleras abajo.

* * *

Bajo la cama perfectamente armada, por la magia que producía el reflejo del piso lustrado, se veía al dueño de los ojos brillantes. Con sus labios dibujados, un diminuto conejo de peluche sonreía, como si supiera.

8.25.2006

Río Urbano



Garúa. La suave llovizna diluye los días de agosto, disuelve los corazones de los hombres que caminan apurados. Ellos dirigen sus miradas al suelo, hacia un punto inexistente tres metros por delante. Se esquivan entre si tan ciegos como los murciélagos que vuelan en la noche, alejados de la urbe. Solo cambian chillidos imperceptibles por susurros y pulsos electrónicos.
Sentado en el cordón de la vereda; entre todos los transeúntes, soy un gato en medio de la jauría, soy el lobo blanco pastando con ovejas esponjosas. Pero no me prestan mayor atención. Siguen su marcha, tirando celofanes de vicio, envolturas de amor, sueños y deseos. Caminan absortos, sonámbulos, muertos.
En los alto una línea azul se quiebra, dando forma al relámpago que raja el cielo. El trueno viaja en una ola de vacío que se traga el silencio y despierta a los seres ciegos. Comienzan a desangrarse las nubes.
Se ahogan las palabras, los gritos del pueblo por el repiqueteo de las gotas que golpean el asfalto. Desesperados buscan refugios ocasionales bajo los toldos de los comercios. Algunos secos, otros empapados; gritan, intentando vencer la cortina de agua.
Un perro, al ver los coches detenidos, corre en contramano. Su dueño lo persigue, tropezando a los pocos metros. El río creciente come los zapatos del niño azul, frenando así su carrera.
Arrastrado por la corriente puedo ver a una chica de ojos negros llorando y a un viejo fumar. Los demás no pueden quitar sus mentes del río tempestuoso, de las bocas de tormenta tapadas de basura sin vida.
Escrito para Alberto Laiseca 19/8/06
Matías M. Roude

7.23.2006

Felina


La casa de mis abuelos es un lugar cuya amplitud no es suficiente para guardar todos los recuerdos que despierta. En mi, en familiares y en algunos amigos.
Es verdad que las paredes no vivieron tanto tiempo ni tantos tiempos (y sus inclemencias) como mis abuelos, madre y tíos. Pero es cierto que, erguidas allí y a medida que cambiaban superficialmente, fueron testigos del crecer de las calles y los árboles. De la crianza de mis vecinos y los roces con sus padres. Así también, como los hombres que las alzaron décadas atrás, dejaban de lado y fuera de sus márgenes a otras criaturas que siempre pasan desapercibidas por los ojos humanos y las construcciones.
Hace 15 años encontré bajo un auto y asediada por los perros, a una pequeña gata negra. Hoy se que por los ojos azulinos que mostraba entonces, recién empezaba a ver el mundo. Y que perturbador parecería entonces!! Estando prisionera de un artefacto extraño de naturaleza desconocida para el instinto, rodeada además por seres agresivos.
No conocía su nombre entonces y lo desconozco ahora. Mas compartimos nuestra niñez y adolescencia y la vi ponerse grande y fuerte, aunque no anciana. Porque los gatos mimados viven en completa infancia hasta que los sorprende la muerte. Y este felino oscuro no era así. Gozaba de la completa independencia y sin embargo de una gran lealtad y afecto que rara vez demostraba. Quizás por eso jamás me atreví a imponerle un nombre. Solo se que fue mi primer amiga y que su momento de partir se acerca.
Me agazapo cuando veo a las calandrias correr deprisa por el pasto crecido del jardín, cubiertos por el jazmín las observamos en apnea, sin ronronear. Por las noches perseguimos estrellas que los demás no pueden ver. Estrellas que flotan en la quietud, reflejando a la luna. Y después dormimos hasta que llega el alba…a ella tampoco le importa mi nombre.

7.10.2006

Paisaje frente al arroyo en una plaza de Tigre





El viento noreste se hace presente como un soplo cálido. Arrastra un día prestado, la primavera de algún lugar inventado. El sol en lo alto ilumina un cielo de azulejos gastados, desplumados, y blanquea los espirales de agua que flotan en las alturas. Con sus rayos también toca la tierra y los pájaros, despierta a las hormigas del letargo. Ellas comienzan su labor confundidas, arrancadas del sueño invernal.
El río no se alegra, sigue enfermo. En las márgenes secas, se ven los vestigios de las herramientas, las creaciones del hombre, en inmortales cuerpos plásticos al sol. Las raíces de algunos árboles sobresalen en la fortuita barranca, atravesando un barro que mata por estar lleno de vida, luchan por llegar fuera del sofocamiento, ansían libertad. Mas fuera toman un color verde, no de esperanza, siniestro. Es el resultado del contacto con el líquido que arrastra el cause.
Ya no hay más agua ocre, no más reflejos dorados del mediodía radiante, o destellos de plata a la luz de los faroles. Ahora un fluido opaco envenena los animales, las casas, las mentes.

6.10.2006

Argentina - Costa de Marfil (Fotitos Anti-Mundial)

Somos dos, y anti mundialistas. No tenemos gran compañia, al menos no por ahora. Y dejamos de sentirnos tristes al ver el cielo, el sol y los pájaros (Hernán vio por primera vez un Carpintero nacional).
En poco tiempo subo "Los Zorros" para Vero y Flor, las únicas que lo pidieron...
Sombras de Tarde

Bautismo
Uno
Dos

Perfexión
Mimetizo
Los ojos del Cielo y su gran Nariz

Entre Alti bajos

Atardeciendo

Invitación
Principio de Equilibrio

Pirámide

Hola Cielo Azul

Gran dia Para ser Libre

Momento Alegre

Anti - Mundial

4.26.2006

Los Lobos




Criaturas extrañas; habitantes de los bosques del norte, lugar de mitos. Su camino en sombras perpetuas recorren, extasiados por el aroma de mi sangre, esa que brota de heridas abiertas con el filoso puñal de la traición.
Solo me encuentro, paseando por galerías adornadas con nogales y abetos, flores y frutos. Los diminutos seres parecen alegres ante la llegada de la primavera, sueñan con el calor del sol, la brisa fresca cayendo como un embrujo sobre ellos. Pero no son concientes del peligro que los acecha, oculto entre la niebla de una gris mañana espera el momento para sembrar el temor y la muerte con sus ojos de fuego. En la penumbra los lobos aguardan pacientemente...

“Entre arbustos verdes y jóvenes algo se mueve sigilosamente, observando sin maldad en sus ojos; en tan maravilloso mundo él es maravilloso. Mira a las calandrias azules llevar palillos para proteger a los pichones del frío, sonríe y siente angustia. Muy pronto sentirá melancolía.”

Un sonido molesta a las aves, las primeras en anunciar la presencia del enemigo, invisible entre tanta oscuridad… ¿en que momento el cielo se nubló dejándonos en tinieblas? No sabría decirlo.
En medio de aquel paisaje nocturno los arbustos frente a mi se mueven, no puedo ver el balanceo, pero percibo las vibraciones de esos enormes cuerpos grises y cubiertos de pelo. Los ojos, malignamente brillantes, anhelan sangre. Mi sangre.
Blanca es la flama de mi espada, presta a asestar letales golpes a cualquier criatura perversa que se atreva a acercarse a este espadachín. Me adelanto para confrontar al peligro, para eliminarlo. Sin embargo negra es la suerte que me acompaña en este viaje; lobos de negro pelaje y mirada de fuego saltan a mi encuentro, demasiado grandes, demasiado numerosos, para ser una manada de perros comunes. Ya se lanzan al ataque, no puedo huir; cercado entre majestuosos pilares vegetales de dilatada existencia, este cuerpo cansado de tantas peleas se defenderá una vez más.
Marcada tensión al dar comienzo ¿Quién romperá la pintura viva de un cuadro tan trágico?
Es otra hoja la que aplica el primer golpe, violento, efectivo. Cual danza de ángeles en la hoguera, acero, brazo y hombre forman delicadas curvas en el aire; un baile fluido y mortal para los participantes casuales.
Uno por uno los animales caen ante mi incrédula expresión, decapitados algunos, heridos incurablemente los restantes. Son decenas, son enormes, esos lobos no son de naturaleza conocida. Son rastros del mundo antiguo que, en un desesperado esfuerzo por perdurar, sirven a otros como asesinos, relegando su vida y libertad; olvidando su pasada belleza, para traer miseria a aquellos que alguna vez los admiraron con digno respeto.
La espada se enciende aun más pues los jefes se adelantan. Sus ojos muestran el fuego de la cólera y los dientes, preparados para desgarrar la carne, gotean lava y ácido que recorre la quijada de esas bestias abominables.

“El tiempo, cruel verdugo de reyes y reinos, se acerca con su ofrenda de especulaciones e incertidumbre para llenar los vacíos corazones de los ilusos que aun aferran alguna luz de esperanza. Más este es insignificante; él acepta su destino por haber sido marcado con las pisadas impresas al recorrer el mundo, luego de conocer el Bien y el Mal pero sin abrazar a ninguno.
Escucha pasos entre los arbustos protegidos por los árboles como los niños son acuñados con el cuidado paterno; pasos no humanos, pasos bestiales.”

Un lobo intenta atacar la espalda del espadachín, yo me lanzo sobre el animal mientras desenvaino mi espada. Pero antes de que siquiera pueda llegar al rango efectivo del arma, el hombre se desvanece y el gigantesco can cae muerto. Ya derribado exhibe una terrible herida que recorre todo su pecho, desde el esternón hasta la base del cuello.
Aunque durante la batalla no demostró signos de fatiga, ahora el individuo cae de rodillas, incapaz de sostener la espada que momentos antes dibujara junto a su cuerpo figuras luminosas en la noche diurna. Tirado, es presa fácil de someter y el último de los enemigos no desperdiciará la oportunidad de vengarse.

“Ajusta con el cinturón la hoja contra su cuerpo, sus ojos irradian excitación y miedo y siente los músculos tensos bajo la ropa. En el aire, el olor de la manada es familiar, es cercano, es emotivo”

Se adelanta el pie izquierdo, hay que dar un ligero salto de impulso con el derecho y caer asentando nuevamente el primero, luego comenzar el movimiento creando fuerza con las piernas, aprovechando el peso de la caída y, por ultimo desenvainar en forma rápida, desde atrás del cuerpo, para lograr el corte horizontal más veloz y preciso de todas las técnicas de esgrima, ese que llaman Tenbatou.
La bestia es cortada en mitades similares por tan poderoso golpe; de tal magnitud que mi espada se quebró. Un pequeño fragmento de metal lacera levemente la frente del muchacho que yace muerto en la hierba.

“Se llama Uriel y murió mucho tiempo atrás.”

Parado frente al guerrero, cuyo rostro no recuerdo, veo asomar al sol. Yo debo seguir el sendero…



Despierto y algo sobresaltado, un joven apaga el reloj a cuerda que descansa sobre la mesa de luz. Hoy contara a sus amigos los sueños que el cree manipular.
Se marcha sin notar el pequeño hilo de sangre que lleva en la frente.

4.11.2006

Desaparece.

Aparece y Desaparece. Con un salto hacia atras se pierde, y entonces trata de escapar de las miradas. Pero él no sabe que la gente le ignora.
Al ver que sus sueños son la realidad que vive, se siente triste. Me siento triste, la llave que me dejo Morfeo no me permite cambiar mis propios sueños, me sumerjo en una vida robada. Recuerdos secuestrados a la realidad para construir las mentiras que me dan esperanza cuando deambulo despierto...pero adormecido tambien.
...esperanza, maldita magia que alimenta el espirítu, negandole una muerte digna. Prolongando la agonía con ridiculos argumentos que no entienden de razón.

Aparece en el agua las ondas de los pies al caminar (sueño)

Desaparece la esperanza y comienzo a volar (sueño)

Caigo de repente, como cientos de durmientes poco originales y faltos de imaginación (despertar)

Lloro en la oscuridad y mis lágrimas no quieren acompañarme (realidad)