7.10.2006

Paisaje frente al arroyo en una plaza de Tigre





El viento noreste se hace presente como un soplo cálido. Arrastra un día prestado, la primavera de algún lugar inventado. El sol en lo alto ilumina un cielo de azulejos gastados, desplumados, y blanquea los espirales de agua que flotan en las alturas. Con sus rayos también toca la tierra y los pájaros, despierta a las hormigas del letargo. Ellas comienzan su labor confundidas, arrancadas del sueño invernal.
El río no se alegra, sigue enfermo. En las márgenes secas, se ven los vestigios de las herramientas, las creaciones del hombre, en inmortales cuerpos plásticos al sol. Las raíces de algunos árboles sobresalen en la fortuita barranca, atravesando un barro que mata por estar lleno de vida, luchan por llegar fuera del sofocamiento, ansían libertad. Mas fuera toman un color verde, no de esperanza, siniestro. Es el resultado del contacto con el líquido que arrastra el cause.
Ya no hay más agua ocre, no más reflejos dorados del mediodía radiante, o destellos de plata a la luz de los faroles. Ahora un fluido opaco envenena los animales, las casas, las mentes.

2 comentarios:

emilia dijo...

El aire también se ha vuelto pesado, ¿acaso no lo sentís a través de los años? Cuando era más chica respiraba más ligeramente. Corría cuadras, palomas, niños, y nunca quedaba agotada.
¿Le debo mi cansancio, mi impotencia física a los que desperdician suspiros o a quienes se saben superiores a la naturaleza?

emilia dijo...

El aire también se ha vuelto pesado, ¿acaso no lo sentís a través de los años? Cuando era más chica respiraba más ligeramente. Corría cuadras, palomas, niños, y nunca quedaba agotada.
¿Le debo mi cansancio, mi impotencia física a los que desperdician suspiros o a quienes se saben superiores a la naturaleza?