9.18.2006

Resonar Urbano

Para un hombre que fue criado en el campo abierto, a la sombra de los montes, encomendado a los ríos, cambiar aquellos lugares inmensos por la fría monotonía asfáltica, debió ser un sufrimiento muy grande. Quizás imposible de explicar al naturalmente insensible civil urbano, quien ha crecido entre maquinas que transpiran grasa y expelen humos de ineficiente combustión. Niños que solo ven pájaros huyendo de animales callejeros o de las amenazas mecánicas, desorientados entre sonidos ácidos, oxidados, artificiales.
El muchacho que añora su juventud, hoy transcurre su tiempo con banqueros, proveedores, transportistas, tasadores, veterinarios. Cada tres meses los mismos trámites; las corridas, el apuro. En esos 3 o 4 días que pasaba en Buenos Aires, sentía que la ciudad se alimentaba de su sangre, como una nube de mosquitos que rodea al ganado.
En el subte, en la combinación para ir a retiro, su cuerpo es llevado por el mar de gente. Entre el calor y los golpes solo se escuchan frases repetidas y los sonidos variados de los teléfonos celulares. Él los detesta, tiene un equipo para comunicarse con empleados y clientes, quizás esa falta de paz también le irrita, la necesidad de una comunicación que no dice nada.
La situación se repite en el tren que lo lleva a Tigre, a las 6 de la tarde, las hordas ciudadanas emprenden el retorno cotidiano, se apelmazan; luchando desesperadamente por un asiento, o, al menos, una buena ubicación. En su falta de interés para con otros, llenan el vagón furgón, dejando fuera a los vehículos de dos ruedas que gritan improperios en cada estación.
Llegando a San Isidro, en un suspiro coordinado de la población ferroviaria, el hombre siente el rítmico loop de su teléfono móvil. Un ente anónimo le dice del otro lado del éter, que no hay pasajes hasta el viernes. El fastidio en su cara tiene razón; es lunes. Tampoco ayuda el ver que las 4 llamadas perdidas eran de su hijo, quien no supo gritar lo suficiente para apagar el bullicio bonaerense.
Cae la tarde, cuando llega a su casa en Tigre. El sol se despide y hasta puede escuchar el canto de alguna Calandria posada en los plátanos de la vereda. Cansado, se sienta en los escalones del frente, el perro a sus pies no duerme, observa, como su dueño un lugar que no esta delante de sus ojos abiertos.
Se escucha el sonar del teléfono que atraviesa la puerta blanca, demandando atención. El hombre se incorpora, sin violencia o enfado, entra a la casa con el animal; se acalla el sonido y salen.
Los amigos permanecen en la escalerilla hasta la noche temprana. Ahora solo uno mira, el otro juega con unas perlitas oscuras, bajo el influjo lunar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

heeyy me lei todo mati, no le dejé nada a mi hermanito..(?) :s jajajaja



he aqui tu cloaca andante, :D :P


nada nene...ya q toy y entré y q t desconectaste y me volviste a abandonar t firmo ...


a evr cuando paso por el rojas bolo... me las fui, a si y lei posta :D kiss :X me las jui